Todos se fueron y nadie regresó
Fiel a la última promesa amorosa
sólo tú diste la vuelta
para ver el cielo ensangrentado.
La casa estaba maldita y maldito el oficio.
Era inútil el dulce canto
y no me atreví a levantar la mirada
ante mi terrible destino.
Profanaron la claridad de la palabra,
pisotearon el verbo sagrado
para que yo lavara la sangre del piso
con las enfermeras del treinta y siete.
Me separaron del único hijo,
torturaron a mis amigos en los calabozos,
me rodearon con empalizadas invisibles,
fortalezidas en su armonioso acecho.
Me premiaron con la mudez,
mendigando la condena por el mundo,
me llenaron de calumnias,
calmaron mi sed con veneno
y conducida hasta el límite,
fui abandonada allí por alguna razón.
Por eso a esta loca ciudadana
le gusta divagar por plazas agonizantes.
(1959)